miércoles, 23 de agosto de 2023

Era inevitable

 

«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados». La melancolía le abrazó tan de repente que no reparó en ese olor hasta tiempo después. Sacudió la cabeza y prosiguió su camino, meditabundo, dejando que sus recuerdos reflotasen, empujados por la extraña fuerza encerrada en las almendras amargas.

Sus mudos pasos le arrastraron hacia un parque habitado por árboles centenarios y sabios, que escucharían sus recuerdos y le inspirarían la poesía del espíritu que su sombra cobijaba. Encontró un banco, húmedo y avejentado, en el que tomó asiento como si un confesionario le acogiera.

Permitiéndose unos segundos de descanso, se dedicó a contemplar de manera consciente el mundo que lo rodeaba: corredores adocenados jadeaban a paso ligero, como torrente por la vereda que discurría bajo los árboles; pájaros saltimbanquis pastaban entre las hojas del suelo; ladridos lejanos de una pelea perruna aliñaban la banda sonora que la circulación de coches siempre imponía en la gran ciudad; y a lo lejos, un parque infantil de columpios y toboganes coloreados, ocupado por niñostorero, que hacían lo propio con sus padres.

Levantó la vista al cielo, como buscando a Dios por allí escondido, para interpelarle con la mirada inteligente que solo tienen los perdidos. Se sentía un forrestgump de segunda, esperando a que alguien se sentase a su lado para narrar, cruda y sin aderezar, su vida, y cómo no, sus amores contrariados.

A falta de compañía, tanteó en su bolsillo y sacó el móvil: pin, galería de imágenes, para atrás, un poco más, el año anterior, no, no, el anterior, aquí estaban, las últimas que tenía: «quizá, si lo hubiera tirado al fondo del mar esto no pasaría joder…».

Sapos en forma de foto que había que tragar, y que, con la fruición de la bulimia sentimental, se disponía a engullir, uno tras otro, hasta vomitar.

Eran felices, in illo tempore, pero no lo sabían. Fue un amor natural, que creció sin que nadie lo notase, como lo hacen las flores, y solo fue patente ya en primavera, cuando floreció. Aun recordaba aquella serenata de ventana de lana, en la que lanzó a la luna versos romos que, por ventura, hirieron un corazón aun tierno.

La mudanza de ánimos que trajo el matrimonio se atemperó con la llamada a la reproducción. Sin embargo, no fueron ungidos con el don de la paternidad: reacia la naturaleza, se vieron obligados a columbrar el futuro desde una atalaya torcida. Recordaba como una época de ilusión desbocada aquella en la que recorrían clínicas de fertilidad escoltados por la infatigable esperanza; hasta que el problema quedó patente y la ilusión devino en mero fantasma.

Y entonces apareció ella. Inmarcesible en su juventud atómica, destinada a la desdicha ajena, infiltrándose como un súcubo en los sueños del desprevenido.

La primera vez que la vio peinaba coleta, dejando a la vista unos pendientes dorados y aun brillantes, escoltando un cuello de diosa griega que reclamaba besarlo con hambre y con sed. Adherida a ella, una falda sin color le impedía desplegar con determinación su zancada de atleta. Entre su rostro y los zapatos de tacón, un busto lleno de vida que solo podía contener un gran corazón. ¿Y qué decir de su cara? Mirarla le llevaba en oración a los profundos bosques, le zambullía en el lago helado que eran sus ojos y le resucitaba con el candor de una piel amuñecada hasta la porcelana. El ripio a su rostro lo escribía una mancha en la comisura, que le daba un toque tan humano a ojos del escudriñador.

 

De sus ojos a su cama terció un invierno alegre y ligero como nunca. La nieve le dio a su historia una luz especial, y el deshielo arrastró consigo los remordimientos y la duda. Pero apurada hasta el fondo la copa de felicidad que la vida le había brindado, se dejó atrapar en el vacío y la insatisfacción que precipitaban de aquella dicha pasajera. La plenitud sincera de su matrimonio se le mostraba ahora hermosa, pero la imaginaba ya marchita, áspera, enroscada como un erizo para que no se la pudiese tocar.

 Y mientras sentía su cielo volar lejos de él, contempló sorprendido una silueta que le resultaba familiar: por el camino que rodeaba el parque, bien cogida de la mano de un joven desconocido, paseaba despreocupada su mujer. De sonrisa serena se podía calificar ese rostro, o de paz y reposo, como solo se encuentra en el regazo del otro. Una media sonrisa se perfiló en su semblante: mal de muchos…consuelo de tontos.

«Pues muy tonto sería yo si no encontrara consuelo en esta luz del destino. Sabia es la vida que me permite perdonarla y perdonarme. El infinito al alcance de la mano…».

Mientras se levantaba decidió que sacaría un pasaje para dos en el vapor Nueva fidelidad. Él, Florentino Ariza, y su mujer amada, Fermina Daza, navegarían una y otra vez, río arriba y río abajo. Y él tendría la respuesta preparada a la cuestión que su mujer tendría que plantearle:

-      ¿Hasta cuándo podemos seguir en este ir y venir del carajo?

Y mirándole a los ojos, con serenidad y alegría le respondería:

-      Toda la vida.

sábado, 28 de mayo de 2022

La sombra en el Camino

 Bajo la verde fronda, encumbrado en una loma, un peregrino columbraba entristecido la bruma que le frenaba. Un camino sinuoso, enredado en la ladera, dibujaba caracolas con el polvo del sendero. El alba cantarina de las aves ponía música al despertar del firmamento, recordando la creación de una nueva jornada.

Una simpática sombra se posó a sus pies. Al levantar la vista contempló la silueta de un fraile tonsurado, miope y risueño, saltimbanqui de la mística tal y como mostraba su luenga barba y su armazón todo de huesos. El silencio le llenaba agrandando su menuda figura e imponiendo una autoridad emanada de Dios. Sin dejar de contemplarle, inquisitivo y tierno, le dio los buenos días, con un ligero acento que parecía francés. 

<<Hubo una vez por el Camino- comenzó relatando la sombra del fraile- un peregrino de lejanas tierras, tan lejanas que nadie sabía qué lengua era la suya: gutural y estentórea, salía de su boca como el habla de un demonio…>>.

Rellenó la pausa con una sonrisa grandilocuente, esperando que su único oyente permaneciera atento a su relato.

<<Recorrió el Camino una y otra vez, de Roncesvalles a Santiago, de las montañas pirenaicas a la espalda del santo, una y otra vez, una y otra vez…>>.

Volvió a hacer una pausa. Esta vez sin sonrisa extemporánea. La sombra relataba; el peregrino escuchaba. 

<< Muy grandes tuvieron que ser sus pecados para que el Santo no le perdonase. El Señor es compasivo y misericordioso, nos dicen los Salmos. Y, aun así, la penitencia era grande. Eran otros tiempos ¿sabes? Tiempos lejanos, en los que la superstición aparecía entreverada con la religión. Y como era de esperar, un peregrino de habla extraña, refractario a la compañía, penando por el Camino una y otra vez, acabó siendo identificado con un alma condenada.>>

Otra vez el silencio. Un silencio que caía como una roca al fondo de un estanque. No se oía ya el trinar alegre de los pájaros mañaneros. Un sol asustado se elevaba hacia su trono mientras el aire arreciaba, trayendo de lejos el azul del mar. La sombra se desplazó, cambió de postura veloz, y el peregrino pudo notar contra su piel el tosco hábito del fraile sentado junto a él.

<< Pronto empezaron a conocerle como el peregrino maldito y los demás peregrinos temían encontrarse con él. Le evitaban y se informaban los unos a los otros de dónde había sido visto por última vez. Pasaron años y más años y los caminantes seguían asegurando haber visto al peregrino maldito, en una curva, tras una roca, escondido entre las ramas, acechando cual bestia salvaje, impidiendo a los demás peregrinos que alcanzasen el perdón del santo, tal y como a él le tuvo que ser negado>>.

Pausa. Silencio. Cada vez menos luz a pesar de que el día avanzaba. La sombra se decantaba en negrura espesa. El peregrino ya no se atrevía a levantar la vista. El negro profundo le atenazaba y el sudor frío que le deslizaba por la espalda le inducía al temblor. 

<< ¿Alguna vez viste un demonio?>>.

Una risa inhumana estalló como una tempestad.

<< ¡Jajajaja! ¡Jajajaja! ¡Jajajaja! >>.

Una mano le agarró el brazo con fuerza. El peregrino de un salto se puso de pie, y al volver la vista hacia el fraile solo descubrió un hueco. Una venera brillante ocupaba su lugar, con una inscripción grabada en su interior: No temas al Camino, busca solo su perdón. 

Como despertando de un mal sueño, miró a su alrededor, intentando disminuir las pulsaciones que oprimían su pecho. Paso a paso, retomó el ritmo de la caminata, mientras pensaba aún aturdido en lo extraña que era la penitencia que el Camino imponía a los que ansiaban su perdón.


viernes, 15 de abril de 2022

Donde el cielo es más alto

 



<<Más se perdió en Cuba…>> es, o al menos lo fue en algún tiempo, una frase que se incorporó a nuestra lengua como expresión del desastre propio, pero también de la capacidad para relativizar la pérdida. Y es en ese momento, tras el abandono de las últimas posesiones ultramarinas, afrontando un desastre histórico y humano,  como el soldado Manuel Almendral retoma su vida y da comienzo esta historia.

 

Una historia de mil historias, entreverada con la dura historia de España, entre el desastre del 98 y el desastre de la Guerra Civil. Un inicio y un fin simétrico, un camino que recorre los 360 grados de historia que te devuelven a la casilla original. Pero solo en apariencia: en cuatro décadas, la familia de Manuel vivirá la esperanza de un futuro mejor, vislumbrada apenas entre las duras condiciones del campo, donde aún pervive la égida inmisericorde del cacique, y la secular dureza del trabajo en la mina, donde la mano extranjera explotará al minero hasta el límite firme de la dignidad humana.

 

Como escenario principal, a modo de personaje omnipresente, estará la ilustre mina de Riotinto. Explotada y explotadora desde la prehistoria, generaciones de mineros se criarán amamantados por su cobre, por su polvo y por el ruido de sus barrenos…Pero también por el fantasma de los accidentes, que recorrerá a modo de plaga la mayor parte de las humildes viviendas del poblado minero. Jóvenes, que a poco que saben las primeras letras, serán arrancados de manos del maestro, para ofrecer otra vida más a las entrañas insaciables de la mina. Será la figura del maestro, una de las que más destaque en nuestra historia. A modo de moderno Prometeo, traerá a los jóvenes condenados al trabajo brutal de la mina, un fuego en forma de derechos del trabajador, de unión ante el poderoso y del arma extemporánea de la no-violencia.

 

La familia de Manuel Almendral, irá poco a poco creciendo, a pesar de las dificultades, y será la encargada de encarnar la historia en mayúsculas. A través de sus vidas, veremos pasar el curso de la historia, concretándose en penas y alegrías, triunfos y decepciones, como cualquier otra familia de cualquier época. Pero su época, admitámoslo, es una vorágine de acontecimientos, muchos de ellos violentos, salvajes y descontrolados, que harán preguntarse a las generaciones posteriores cómo pudo pasar todo aquello.

 

Violencia sexual a manos del cacique, violencia económica ejercida por los ricos, violencia social impuesta por las rígidas convenciones, violencia militar en el campo de batalla, violencia policial hacia los débiles, violencia política para silenciar al oponente… Esa abundancia de lo violento, es quizás, la primera llamada de atención al lector actual. No tanto por una violencia individual que siempre es susceptible de aparecer, como por el motivo de que esta se expanda y se acepte por una gran parte de la población.

 

Y entre lo histórico y lo social, harán acto de presencia, dos elementos que siempre son de agradecer en las buenas historias: la épica, y cómo no, el amor. Si hay un hecho de armas en nuestra historia que nos hace vibrar por dentro, seguramente sea el Regimiento de Alcántara y su carga de caballería. Poco más hay que añadir: agarrar fuerte el libro para no caer del caballo y galopar codo con codo bajo el zumbido de las balas. Disfrútenlo porque aquí se deja ver la vida militar del autor. Y por el lado del amor habrá de todo, del bueno y del malo, del correspondido y del platónico, del que se esconde y del que a todos alegra. Y de la mano de Afrodita, Eros: pasión conyugal pero también extramarital, pasión prohibida y libertina, pasión desbocada y atemperada por las circunstancias.

 

Y es que la presencia femenina, aunque a priori se pueda sospechar lo contrario por la época, tendrá un papel relevante en todo el desarrollo de la historia. Y es otra de las cosas a destacar. Poco a poco, vemos aparecer personajes femeninos, de papel aparentemente secundario, que irán asumiendo un rol destacado en la historia, hasta llevarnos a un final, que solo podría materializarse en la mirada de dos almas femeninas, a la vez rivales y compañeras en el mundo masculino que les tocó vivir.

 

Una vuelta a España, de Asturias al protectorado marroquí, de un pueblo extremeño a la cosmopolita Barcelona, de una rica hacienda a una miserable casa de aldeanos, todo va pasando bajo nuestra mirada. Una exposición tan detallada de lo que fuimos, y que a modo de tragedia griega, nos hará preguntarnos si detrás de nuestra historia no se oculta la caprichosa mano de los dioses castigando, como siempre, la hybris humana. O que simplemente, somos así.

 



domingo, 25 de julio de 2021

La barraca

No se puede decir que fuera el mejor verano de su vida pero sí estaba convencido que nunca lo olvidaría. Tuvo cosas buenas y también malas, de hecho las malas las superaban en número, pero así era la vida…

El verano empezó, por decirlo de alguna manera, regular. Con sus doce años bien cumplidos, y habiendo aprendido ya sus primeras letras y las cuatro reglas de cálculo, su padre dio por finalizada su formación académica y le buscó su primer trabajo. Seis bocas a alimentar eran muchas y todos tenían que arrimar el hombro en casa.

Del madrugón del primer día no pudo recuperarse hasta bien entrada la mañana. El único trabajo disponible, para un mocete como él, consistía en ayudar en la recogida de la corteza del alcornoque en las dehesas de los alrededores del pueblo. El de corchero era un trabajo duro y mal pagado, pero muchos jóvenes del pueblo acababan pasando por él; y esto les  permitiría, con el transcurrir de los años, acceder a un puesto en la fábrica de corcho. 

Las pocas monedas que recibía por su trabajo las intercambiaba, camino de su casa, por el pan del día. Su familia vivía a las afueras del pueblo, próxima a la estación de ferrocarril donde su padre se ganaba el sustento. El camino era largo y tenía mucho tiempo para pensar, pero abstraído como era, entre pensada y pensada, fue pellizcando con disimulo el pan aún reciente que llevaba en sus manos. Y como era de esperar, el final del camino coincidió con el final del pan.

Los golpes de su padre le dolieron casi tanto como el madrugón. Su primer día fue, de veras, para olvidar.

Poco a poco fue endureciéndose con el trabajo y logró retener su estómago de camino a casa. El contacto con otros jóvenes, de más edad que él, le permitió asomarse al mundo de los adultos, hasta ahora un territorio por descubrir. Su día a día se colmó de primera veces: inhaló con desagrado bocanadas de humo compartido; bebió un mejunje casero que le abrasó la garganta y le elevó el ánimo; escuchó y repitió  impertinencias y blasfemias que harían santiguarse una y mil veces al padre Abelardo, párroco del pueblo; una foto desgastada iluminó la oscuridad de su inocencia…

Los domingos paseaba sus nuevas hechuras con el orgullo del que se sabe cambiado y desea hacerlo notar. Sobre todo ante las miradas de un redescubierto género femenino. Perseguir a las chicas del pueblo se convirtió en un pasatiempo tan fascinante como lo fuera el fútbol. Dos pasiones entretejidas en sus quehaceres diarios y que, por otra parte, le seguirían acompañando en el discurrir de su vida.

Y si aquel verano empezó regular, su final fue cuanto menos inesperado. Sucedió que una compañía ambulante llegó a su pueblo, dispuesta a representar entre sus sorprendidos habitantes obras ilustres del teatro español. 

La primera representación fue la más concurrida, fruto de la novedad y de la expectación despertada. Acudió a la cita, un tanto a regañadientes, pero pronto quedó pasmado ante los versos potentes que conquistaban sin piedad la atmósfera del pueblo. Los trajes improvisados, algo ridículos, se decía, los gestos y muecas, las risas que provocaban entre los espectadores, incluso los silencios incómodos y los lloros amargos, todo ello, junto y mil veces entremezclado, hizo disparar una sensación nueva que le embriagó más que los licores caseros que  probaba a escondidas.

No hubo función a la que no asistiera, pasmado como un niño (ese niño que ya no quería ser). Una tímida amistad prendió en sus breves charlas con ellos tras las representaciones. Escuchó ensimismado sus historias vitales, reconociéndose en todas, y queriendo, cada vez más, ser como ellos. En la última obra, la de despedida, incluso le permitieron recitar algunos versos de un personaje menor. Con un hilo de voz y ríos de sudor inundando sus mejillas salió a escena; recitados sus versos, una sonrisa de gigante le invadió el rostro, breve en sus labios y eterna en su mirada.

Esa sonrisa resucitaba cada vez que recordaba su pequeño momento de gloria, en aquel lejano verano. Ni siquiera la segunda tunda, con la que su padre dio por finalizado el verano, esta vez por querer marcharse con los comediantes, consiguió que lo olvidase.

Aquel verano…con sus cosas buenas y sus cosas malas.


miércoles, 21 de julio de 2021

Volver a la superficie

 Apenas un hilo de plata quedaba de la luna en el firmamento. Se había consumido, noche a noche, contemplando desde el cielo los quehaceres estivales. Junto a ese lento parpadeo se desvaneció el verano. 

Mucho más abajo, una nube de burbujas ascendía hasta la superficie del mar. Salían regularmente de su boca mientras recorría, alumbrándolo con una luz artificial, el lecho marino. Era la última inmersión antes de tener que volver, lo que le exhortaba a mantener intactas, en la memoria, esas sensaciones tan agradables recién descubiertas. Absorto, en su ingravidez marina, pequeños destellos acudían a su memoria, esbozando a grandes trazos sus últimos días. 

Llegó al inicio del verano. Era su primer paso por la isla aunque su razón principal era descubrir lo que su mar ocultaba. Entre inmersión e inmersión fue amoldando su espíritu a la belleza insular, dejándose penetrar por la extravagancia de los paisajes lunares que conformaban su geografía. Se fue dejando mecer por el ritmo pausado que exhalaba la vida y, poco a poco, el palpitar ajetreado de la ciudad desapareció arrastrado por una brisa nacida en la mar.

Tras la primera semana, en la piel suave y color recio, se posaron unas manos desconocidas que le hicieron soñar. Le arrancaron pétalo a pétalo las dudas y dolencias de su corazón, ensanchando sus abrazos y su hambre de vivir.

Dejó en el paladar sabores desconocidos, de sal y arena, de fuego y alcohol, ¡de una inaudita sensualidad! Entre plato y plato, un sorbo de vino de sus labios de sol y una dulce despedida que anticipaba un reencuentro suplicado sin voz. 

En los pies el polvo de un camino abierto hasta el horizonte, infinito y eterno. Se acumulaban los paseos al atardecer donde refrescaba sus pulmones con la brisa vespertina y relejaba su mirada en la naturaleza tranquila que le rodeaba. Observaba, como si fuese lo más extraordinario del mundo, el baile acompasado de los pequeños animales que se arrastraban ante él: pájaros, lagartos, insectos de todo tipo, se cruzaban en su camino para que los pudiera admirar.

En sus oídos cayeron, gota a gota, una música que las entretelas le calaba y le hacía flotar. Entre los acordes se entretejían los susurros de una voz trémula que trataba de imponerse al volumen de la canción, y que lo conseguía apenas, pero no le importaba. Solo quería oírla cantar, sin importar el mensaje que le hacía llegar.

Contempló toda la isla, embarcado a la popa de un velero de alfil. Orzando en su interior, el viento sostuvo los rescoldos que iluminaban su vida insular. Columpiándose en las aguas de un mar sin fin, reposó su cabeza y cerró los ojos, pero no tuvo necesidad de soñar.  

Desde el fondo del mar, ascendiendo muy lentamente a la superficie, recordó todo esto y lo quiso olvidar. Pensó que era la mejor manera de que el verano siguiente fuese, al menos, igual.




domingo, 20 de junio de 2021

Vanitas


Sonaban las campanas mientras releía por última vez el documento que se disponía a enviar. Lo tomó como un buen augurio y aún con el corazón un tanto acelerado, acercó el cursor al botón de enviar, pero finalmente, se detuvo. Un repentino temor le impedía proseguir.


Su rostro se reflejaba en la ventana situada tras el escritorio donde se encontraba trabajando: una tez morena y fina, con grandes ojos redondeados, dibujaba una mueca que era casi una sonrisa. Una sonrisa de satisfacción, que anticipaba los anhelados parabienes de un futuro soñado que sentía ya acariciar con la punta de los dedos.


Se recostó sobre su silla con los brazos detrás de la nuca y contempló el inmaculado techo blanco de su despacho mientras permitía que su mente divagara libremente. Recordaba los malos momentos- joder algunos muy malos, se decía- y los buenos; las horas de trabajo y sobre todo la incertidumbre perenne que lo envolvía. Creía que había sabido conjurar todos los males que le asaltaron en el camino. Como un samurái aguerrido, con su katana terciada, había afrontado cara a cara al enemigo… Ojalá él hubiera sido así, confiado y resuelto como un guerrero, pero bien sabía que la duda y los momentos de debilidad habían sido los más; y sin embargo, lo había conseguido.


El timbre de la puerta lo sobresaltó. Ya había llegado, puntual como siempre. Tras invitarla a pasar advirtió que se había arreglado más de lo habitual: tacones y falda negra contrastaban con una blusa de un blanco virginal. A pesar de su estatura (un menudo cuerpo moldeado con manos sabias por el mar y el viento costero) su presencia se imponía allá donde se presentaba. Le miró de reojo mientras se ponía cómoda en el sillón de la ventana: adoraba ese rincón. 


-¿Entonces lo lograste?- le interrogó observándolo de reojo. Quizás temía que sus ojos, siempre sinceros, la delatasen y dejaran patentes, desde ahora y para siempre, la insana envidia que se interpondría entre ellos.


- Eso parece- fue todo lo que pudo añadir, mientras intentaba deshacerse del nudo que le atravesaba la garganta.


-Si te soy sincera nunca lo imaginé…te miro y sigo viendo al joven estudiante, más bien mediocre, perdido por los pasillos de la facultad y llegando tarde a las prácticas en el laboratorio. ¿Cuántas veces te tuve que ayudar? ¿Cuántas horas pasé, mano con mano, tu mejilla rozando la mía, enseñándote todo aquello que tu mente se negaba a asimilar?


-Bueno, ya lo sabes, siempre te estaré agradecido, sin ti jamás habría terminado. Y no por lo que me enseñaste sino, simplemente, porque necesitaba estar a tu lado, compartirlo todo contigo, también el rumbo de nuestra vida. Mi éxito también es tuyo, no lo dudes.


-No seas ingenuo…la gloria no se comparte, es así, ella te elige, te señala con el dedo, te envuelve y te lleva en volandas, pero sólo a ti; a partir de ahora ella será tu amante, una amante celosa que te acaparará sin remedio. Tenlo en cuenta.


Sin saber muy bien qué responder, un silencio pesado se extendió por la estancia. Ella seguía oteando el paisaje a través de la ventana abierta. Una suave brisa levantaba con gracia su cabello mientras los últimos rayos de sol coloreaban sus mejillas perfilando un rostro, a pesar de todo, de un tenue candor.


<<Respice post te! Hominem te ese memento!>>. El latinajo que ella soltó le obligó a volver a la realidad, un tanto molesto, porque ahora vendría la explicación que él no quería saber. Jamás fue capaz de memorizar ni una de esas frases lapidarias que ella tanto amaba. Era otra de sus rarezas que, en el fondo, le encandilaban. Pero hoy no era el día y la interrumpió veloz.


-Aún no he enviado el documento final ¿sabes? No he tenido fuerza. Estoy reteniendo ese momento e ignoro el porqué. Algo dentro de mí detiene mi mano, como si fuera el cuchillo de Abraham alzado sobre su hijo. ¿Es la mano de Dios la que me detiene? ¿o la del diablo? Te parecerá una estupidez, lo sé, pero era en lo que me debatía cuando llegaste.


-Nunca he sido una persona de fe, ya sabes. Lo que te sucede es que es más fácil soñar con alcanzar la gloria, moldearla a tu gusto en tu mente, que aceptarla plenamente, sin reservas; no todo el mundo es capaz. La gloria, el éxito, su felicidad inmanente, acaso también el amor, alcanzan su excelencia, su ideal platónico, soñando. Nada más. Fuera del sueño todo es vanidad.


<<Ya estamos, ya habló el oráculo>>. No sabía el motivo, pero sus palabras le iban rasgando poco a poco en su interior, abriendo un surco que intuía que pronto se convertiría en el Gran Cañón del Colorado. La miró a los ojos como toda respuesta y se dirigió a la cocina decidido. Una copa de vino les vendría bien. 


Desde la cocina escuchó el eco de sus tacones; se dirigía a su habitación. La siguió con las dos copas, aún vacías, en las manos. Vio cómo se inclinaba, sugerente en sus movimientos, y cómo aparecía en la pantalla de su ordenador Mensaje enviado; cómo se erguía orgullosa, con mirada dura y gesto suave. Incapaz de reaccionar, hipnotizado por su figura, recibió un cálido beso. Cerró los ojos, apretando los párpados, para no ver lo que ya sabía que iba a suceder: unos pasos alados robaban sus sueños de gloria sin molestarse en cerrar la puerta al salir.




martes, 22 de diciembre de 2020

Un pequeño belén

 En este rincón del mundo siempre nevaba por Navidad. Aquella víspera del 25 caían lentos los copos, como si supieran que esta noche las prisas no eran bien recibidas. El suelo blanqueado empezaba a reflejar las luces saltarinas que jalonaban las ventanas. La noche se embellecía por dentro y por fuera mientras lanzaba su deseo de paz y bien.

Este año, sin embargo, las calles se veían menos concurridas y más silenciosas. Los villancicos que iban de puerta en puerta, transportados por niños ruidosos que buscaban su aguinaldo, callaban encerrados en sus casas. Los cantos y zambombas no eran bien recibidos. Las puertas no se abrían y los sones navideños se dejaban en el felpudo.

En  el centro de una pequeña plaza se erguía un abeto enorme que todos los años se vestía de luces. Al pie del frondoso árbol aparecían, a primeros de diciembre, vendedores que montaban distintos puestos a su alrededor, un tanto sin orden, como a cada cual le parecía mejor, dando forma a una especie de zoco navideño, amontonado y caótico, pero encantador. 

Años anteriores, el pequeño de la casa, de la mano de su abuelo, daba vueltas y vueltas por todos los tenderetes, aguzando su olfato cual cazador en busca de una buena presa, hasta que hallaba la pieza perfecta para su belén. Tiraba de la manga del abrigo de su abuelo, insistente, cuando tomaba su decisión; y ya nada ni nadie le hacía cambiar de idea. Una vez en sus manos, corría a casa, se plantaba delante del belén con su nueva adquisición, y meditaba unos segundos hasta encontrar el sitio perfecto para colocarlo. Ya situada, se retiraba ligeramente, observaba concienzudo y, al fin, sonreía satisfecho.

 Pero este año no hubo tiendas alrededor del árbol. 

Desde la ventana, el pequeño observaba la nieve caer en su lento vaivén, lamentando las ocasiones perdidas en esta Navidad. Entre suspiro y suspiro algo le llamó la atención en la plaza donde brillaba el gran árbol navideño: parecía un puesto como los que habitualmente colmaban la plaza. ¿Era posible?

Bajó de un salto del sillón y corrió a buscar a su abuelo a darle la buena noticia. Pero de repente se detuvo. Meditó unos instantes con la lengua entre los dientes y la mirada perdida en el fondo del pasillo. Se giró lentamente, intentando no hacer ruido, descolgó su abrigo de la percha y, con todo el cuidado, abrió la puerta de la calle y salió sigiloso.

Fuera le recibió la noche más bella del mundo y agradeció la ocasión que aquel puesto solitario le daba para escapar. Mientras se acercaba observaba receloso al tendero  hasta que finalmente se plantó delante del puesto.

El tendero le miró por encima de sus pequeñas gafas, entre asombrado y divertido, al ver aquella pequeña figura que apenas asomaba por encima del mostrador.

- ¡Buenas noches pequeño!- saludó el tendero mientras dibujaba una sonrisa tranquilizadora.

- Buenas noches- respondió tímidamente.

- ¿No vienen tus papás contigo?

- No, bajé yo solo…- prosiguió el pequeño-. Lo vi desde la ventana…y quería darle una sorpresa a mi abuelo. Todos los años compro con él una figurita nueva para nuestro belén.

- Umm, ya veo.- Lo miró fijamente, examinándolo como un médico a su paciente, elevó brevemente la mirada al cielo pálido que les abrazaba, chascó la lengua fuerte, refrendando así su decisión, se dio media vuelta y reapareció con una pequeña figura en su mano.

- ¿Qué es? – preguntó rápido el niño sin poder aguantar su curiosidad.

- Es una pieza de un belén muy muy antigua… ¿Sabes? Cuenta la leyenda que uno de los pastores que acudió al portal de Belén, siguiendo la mágica estrella, era también un gran artesano de la madera. Quedó tan maravillado con la escena que contempló, que pasó muchos años después intentando que de sus manos saliera una imagen idéntica a la que presenció, y que de igual manera llenara de esperanza y alegría los corazones de todos aquellos que no tuvieron la suerte de vivir esa primera Navidad. Tanto trabajó, tanta fe puso en su empeño, tanto rezó, año tras año, sin fatiga ni descanso, que finalmente el milagro se obró… ¿Y sabes qué pasó?- continuó el tendero mientras el pequeño lo observaba sin pestañear-. Una noche, cuando ya el viejo pastor sentía cerca el fin de su tiempo, un ángel se apareció, y le entregó al incansable hacedor de belenes una gran pieza de madera, tosca y sin pulir, y le dijo: 

<< Talla de aquí, buen pastor, la imagen que llevas impresa en tu corazón para que jamás se olvide y quien la contemple en Navidad vea cumplir el más fuerte deseo de su ilusión>>.

 Sin perder tiempo, cogió sus viejas herramientas y comenzó su labor. Tres días y tres noches, sin descanso, estuvo trabajando con la madera hasta que pudo terminar. Y fue tal su alegría cuando ya acabado lo observó, que satisfecho se tumbó a dormir a sus pies, y ya nunca despertó. El regalo que el buen pastor le hizo al mundo se fue poco a poco dispersando, pasando de mano en mano, ajenos todos sus poseedores del valor inmenso de aquellas figuras de madera. Pero una de ellas, la más insignificante y en la que nadie se fijó, la de un pequeño pastorcillo, se la había guardado para sí el más pequeño de la familia del pastor. Y la guardó siempre con cariño, como el mayor tesoro de su hogar, y fue pasando de padres a hijos…hasta hoy. Haz tú igual pequeño, guárdala con cariño y siempre serás feliz en Navidad.

Sin dejar de mirarle a los ojos, el pequeño cogió al pastorcillo, un tanto aturdido por la historia que acababa de oír. No le dejó pagar el tendero y le despidió con una sonrisa y un breve adiós.

Voló el pequeño sobre la nieve y entró en casa tan silencioso como había salido. Nadie parecía haber notado su pequeña fuga.

Delante del belén, sonriente, colocó al pastorcillo en un sitio de honor. El salón resplandeció, y al girarse, sentado tranquilo en su butaca le observaba su abuelo. Con lágrimas en los ojos corrió hacia él y le abrazó.