domingo, 20 de junio de 2021

Vanitas


Sonaban las campanas mientras releía por última vez el documento que se disponía a enviar. Lo tomó como un buen augurio y aún con el corazón un tanto acelerado, acercó el cursor al botón de enviar, pero finalmente, se detuvo. Un repentino temor le impedía proseguir.


Su rostro se reflejaba en la ventana situada tras el escritorio donde se encontraba trabajando: una tez morena y fina, con grandes ojos redondeados, dibujaba una mueca que era casi una sonrisa. Una sonrisa de satisfacción, que anticipaba los anhelados parabienes de un futuro soñado que sentía ya acariciar con la punta de los dedos.


Se recostó sobre su silla con los brazos detrás de la nuca y contempló el inmaculado techo blanco de su despacho mientras permitía que su mente divagara libremente. Recordaba los malos momentos- joder algunos muy malos, se decía- y los buenos; las horas de trabajo y sobre todo la incertidumbre perenne que lo envolvía. Creía que había sabido conjurar todos los males que le asaltaron en el camino. Como un samurái aguerrido, con su katana terciada, había afrontado cara a cara al enemigo… Ojalá él hubiera sido así, confiado y resuelto como un guerrero, pero bien sabía que la duda y los momentos de debilidad habían sido los más; y sin embargo, lo había conseguido.


El timbre de la puerta lo sobresaltó. Ya había llegado, puntual como siempre. Tras invitarla a pasar advirtió que se había arreglado más de lo habitual: tacones y falda negra contrastaban con una blusa de un blanco virginal. A pesar de su estatura (un menudo cuerpo moldeado con manos sabias por el mar y el viento costero) su presencia se imponía allá donde se presentaba. Le miró de reojo mientras se ponía cómoda en el sillón de la ventana: adoraba ese rincón. 


-¿Entonces lo lograste?- le interrogó observándolo de reojo. Quizás temía que sus ojos, siempre sinceros, la delatasen y dejaran patentes, desde ahora y para siempre, la insana envidia que se interpondría entre ellos.


- Eso parece- fue todo lo que pudo añadir, mientras intentaba deshacerse del nudo que le atravesaba la garganta.


-Si te soy sincera nunca lo imaginé…te miro y sigo viendo al joven estudiante, más bien mediocre, perdido por los pasillos de la facultad y llegando tarde a las prácticas en el laboratorio. ¿Cuántas veces te tuve que ayudar? ¿Cuántas horas pasé, mano con mano, tu mejilla rozando la mía, enseñándote todo aquello que tu mente se negaba a asimilar?


-Bueno, ya lo sabes, siempre te estaré agradecido, sin ti jamás habría terminado. Y no por lo que me enseñaste sino, simplemente, porque necesitaba estar a tu lado, compartirlo todo contigo, también el rumbo de nuestra vida. Mi éxito también es tuyo, no lo dudes.


-No seas ingenuo…la gloria no se comparte, es así, ella te elige, te señala con el dedo, te envuelve y te lleva en volandas, pero sólo a ti; a partir de ahora ella será tu amante, una amante celosa que te acaparará sin remedio. Tenlo en cuenta.


Sin saber muy bien qué responder, un silencio pesado se extendió por la estancia. Ella seguía oteando el paisaje a través de la ventana abierta. Una suave brisa levantaba con gracia su cabello mientras los últimos rayos de sol coloreaban sus mejillas perfilando un rostro, a pesar de todo, de un tenue candor.


<<Respice post te! Hominem te ese memento!>>. El latinajo que ella soltó le obligó a volver a la realidad, un tanto molesto, porque ahora vendría la explicación que él no quería saber. Jamás fue capaz de memorizar ni una de esas frases lapidarias que ella tanto amaba. Era otra de sus rarezas que, en el fondo, le encandilaban. Pero hoy no era el día y la interrumpió veloz.


-Aún no he enviado el documento final ¿sabes? No he tenido fuerza. Estoy reteniendo ese momento e ignoro el porqué. Algo dentro de mí detiene mi mano, como si fuera el cuchillo de Abraham alzado sobre su hijo. ¿Es la mano de Dios la que me detiene? ¿o la del diablo? Te parecerá una estupidez, lo sé, pero era en lo que me debatía cuando llegaste.


-Nunca he sido una persona de fe, ya sabes. Lo que te sucede es que es más fácil soñar con alcanzar la gloria, moldearla a tu gusto en tu mente, que aceptarla plenamente, sin reservas; no todo el mundo es capaz. La gloria, el éxito, su felicidad inmanente, acaso también el amor, alcanzan su excelencia, su ideal platónico, soñando. Nada más. Fuera del sueño todo es vanidad.


<<Ya estamos, ya habló el oráculo>>. No sabía el motivo, pero sus palabras le iban rasgando poco a poco en su interior, abriendo un surco que intuía que pronto se convertiría en el Gran Cañón del Colorado. La miró a los ojos como toda respuesta y se dirigió a la cocina decidido. Una copa de vino les vendría bien. 


Desde la cocina escuchó el eco de sus tacones; se dirigía a su habitación. La siguió con las dos copas, aún vacías, en las manos. Vio cómo se inclinaba, sugerente en sus movimientos, y cómo aparecía en la pantalla de su ordenador Mensaje enviado; cómo se erguía orgullosa, con mirada dura y gesto suave. Incapaz de reaccionar, hipnotizado por su figura, recibió un cálido beso. Cerró los ojos, apretando los párpados, para no ver lo que ya sabía que iba a suceder: unos pasos alados robaban sus sueños de gloria sin molestarse en cerrar la puerta al salir.




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