miércoles, 21 de julio de 2021

Volver a la superficie

 Apenas un hilo de plata quedaba de la luna en el firmamento. Se había consumido, noche a noche, contemplando desde el cielo los quehaceres estivales. Junto a ese lento parpadeo se desvaneció el verano. 

Mucho más abajo, una nube de burbujas ascendía hasta la superficie del mar. Salían regularmente de su boca mientras recorría, alumbrándolo con una luz artificial, el lecho marino. Era la última inmersión antes de tener que volver, lo que le exhortaba a mantener intactas, en la memoria, esas sensaciones tan agradables recién descubiertas. Absorto, en su ingravidez marina, pequeños destellos acudían a su memoria, esbozando a grandes trazos sus últimos días. 

Llegó al inicio del verano. Era su primer paso por la isla aunque su razón principal era descubrir lo que su mar ocultaba. Entre inmersión e inmersión fue amoldando su espíritu a la belleza insular, dejándose penetrar por la extravagancia de los paisajes lunares que conformaban su geografía. Se fue dejando mecer por el ritmo pausado que exhalaba la vida y, poco a poco, el palpitar ajetreado de la ciudad desapareció arrastrado por una brisa nacida en la mar.

Tras la primera semana, en la piel suave y color recio, se posaron unas manos desconocidas que le hicieron soñar. Le arrancaron pétalo a pétalo las dudas y dolencias de su corazón, ensanchando sus abrazos y su hambre de vivir.

Dejó en el paladar sabores desconocidos, de sal y arena, de fuego y alcohol, ¡de una inaudita sensualidad! Entre plato y plato, un sorbo de vino de sus labios de sol y una dulce despedida que anticipaba un reencuentro suplicado sin voz. 

En los pies el polvo de un camino abierto hasta el horizonte, infinito y eterno. Se acumulaban los paseos al atardecer donde refrescaba sus pulmones con la brisa vespertina y relejaba su mirada en la naturaleza tranquila que le rodeaba. Observaba, como si fuese lo más extraordinario del mundo, el baile acompasado de los pequeños animales que se arrastraban ante él: pájaros, lagartos, insectos de todo tipo, se cruzaban en su camino para que los pudiera admirar.

En sus oídos cayeron, gota a gota, una música que las entretelas le calaba y le hacía flotar. Entre los acordes se entretejían los susurros de una voz trémula que trataba de imponerse al volumen de la canción, y que lo conseguía apenas, pero no le importaba. Solo quería oírla cantar, sin importar el mensaje que le hacía llegar.

Contempló toda la isla, embarcado a la popa de un velero de alfil. Orzando en su interior, el viento sostuvo los rescoldos que iluminaban su vida insular. Columpiándose en las aguas de un mar sin fin, reposó su cabeza y cerró los ojos, pero no tuvo necesidad de soñar.  

Desde el fondo del mar, ascendiendo muy lentamente a la superficie, recordó todo esto y lo quiso olvidar. Pensó que era la mejor manera de que el verano siguiente fuese, al menos, igual.




No hay comentarios:

Publicar un comentario