domingo, 26 de julio de 2020

Un viaje reducido

Cuando Goyo Sanz despertó aquella mañana después de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso virus. Su pequeñez inimaginable le abrumaba, pero a la vez se sentía ligero, capaz de elevarse, abandonado al destino y al arbitrio del más mínimo soplo de aire. Por algún motivo, a pesar de su insultante nimiedad, se sentía peligroso, sabedor que nadie le iba a toser. Se sonrió de su gracia, sin saber aún cómo leches  podría sonreírse un ser cómo él. Es más, ni siquiera sabía si estaba vivo, se presentía más como un zombi, o un fantasma quizá, entre la vida y la muerte, pero ni en una ni en otra, pura indefinición de ser. Aunque tenía que reconocer que la indefinición metafísica no le era ajena, tampoco, en su vida previa.

Sentía una fuerza en él que le empujaba a buscar cobijo, aunque no sabía dónde, y una vez encontrado acomodo, a reproducirse. Oh, reproducirse. Nunca esa palabra le había provocado semejante escalofrío. El Goyo no microscópico tenía un hijo, por lo que la reproducción biológica no era nueva para él. Pero ahora mismo, en su estrenada monstruosidad, reproducirse lo era todo para él ¡no podía pensar más que en eso! Y para ello necesitaba moverse. Viajar sin parar. El mundo y sus posibilidades eran inmensas para un ser tan sumamente reducido.

Impelido por su instinto tuvo que apartar las meditaciones que le ocasionaban su nuevo estado y decidió centrarse en lo importante. Dejarse llevar, coger una buena corriente de aire, y viento en popa navegar hasta el buen puerto de una célula agradable donde echar el ancla. Decidido por tanto, casi sin darse cuenta, salió velozmente, empujado no sabía muy bien por qué, y con rumbo desconocido, hacia su nueva vida. Extrañamente (como si la situación no lo fuese ya suficiente) mientras viajaba por la infinitud de su habitación, se sentía más vivo que nunca. Tenía una misión y daría la vida por cumplirla. Con lo que el nuevo Goyo no contaba era con la vida de los demás. La fuerza que le hacía desplazarse un poco hacia  todas partes, no era otra que la respiración sosegada de su mujer, que ajena aún al nuevo estado de su marido, continuaba durmiendo profundamente, sin imaginarse si quiera el peligro microscópico que la acechaba. Poco a poco, entre cada inhalación y espiración, como si de olas de un mar en calma se tratase, el flamante virus se iba aproximando a la boca entreabierta de su mujer.

Goyo, mientras, disfrutaba del viaje, de sus vaivenes, de sus vueltas y más vueltas, del ir y venir, del subir y bajar. El día previo a su conversión, y un poco a regañadientes, por el bien de la familia, había cancelado sus vacaciones. Las playas de Cádiz tendrían que esperar, un año más. Antes de su sueño intranquilo, estuvo dando vueltas en la cama, preso del calor y del tedio adelantado de un verano entero sin salir de Madrid. No había nada peor, pensaba entre vuelta y vuelta, que cancelar unas vacaciones de verano tan solo unos días antes de que llegaran. Por eso ahora, mientras vagaba libre por la atmósfera, ligero como un astronauta en el espacio, se reconciliaba con sus ansias de viajar.

Absorto en su felicidad vírica no percibió la entrada bucal al cuerpo de su mujer. Lo iba a conseguir, pronto su ADN se expandiría, rindiendo célula tras célula, conformando su imperio microscópico. Asumía sin mayor remordimiento lo dañino que podía ser este proceso de conquista. Pero sabía que él ahora era así, no podía ser de otra manera, no quería ser de otra manera. Su imperativo biológico no era discutible. Él era un virus y tenía que infectar. Tenía el mismo derecho que cualquier otro ser vivo del planeta a ser como era y a actuar e interactuar y nadie podía negárselo.

Su primera célula fue como su primer amor: difícil pero inolvidable. La catarsis súbita que le sobrevino le reconcilió con la vida; y con su deseo insatisfecho de viajar.

Sabía que ahora sí, sin necesidad de reservas en hoteles y sin fulminar todos sus ahorros, acabaría viajando por toda España. Si no él concretamente, al menos sus descendientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario