De la ventana al cielo oscuro. Un hálito de luz se escapa
entre las nubes más cercanas, apenas una tenue claridad que se expande
silenciosa. Detrás siempre, lejano y esquivo, el sol. El sol, la luna y
las estrellas. Antaño señores del firmamento, inspiradores de la raza humana,
hoy reducidos a recuerdos, meros seres mitológicos que una vez hollaron la
Tierra.
Aún se dejan ver algunos pájaros que de salto en salto
vagabundean por las aceras, buscando qué picotear. Una nota de movimiento en
una imagen fija, permanente, como si la ventana fuera en realidad el paisaje en
un cuadro. El único cuadro de un museo ya marchito.
Levantando la mirada se puede ver aún los esqueletos resecos
de unos árboles, de un parque que ya fue y que nunca más será. Árboles que son
sombras que se recortan en el horizonte gris, como una vieja cancela que todo
lo encierra. La sensación de clausura se apodera cada vez más de las almas que
aquí moran. ¿Es el cielo el que bajando toca nuestras cabezas? ¿O son nuestras
cabezas las que subiendo tocan el cielo?
La percepción se trastoca cuando tu mundo cambia. Ahora todo
parece posible…
La lluvia vuelve. Las gotas se dibujan pequeñas sobre el
cristal. A través de la ventana mojada aun es todo casi irreal. Un mundo
tétrico se hace carne, hijo de un sueño azul que no supimos cuidar.
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